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Aquí
estamos de vuelta rápidamente con una excelente reseña que me envió mi cinéfilo
amigo Alberto Muzza. Por cierto, ¿recuerdan que la intención era precisamente
esa?, la de compartir comentarios o notas sobre cine. A ver si alguien más
aporta algo.
El
autor del siguiente escrito es Leonardo García Tsao, uno de los dos auténticos
críticos mexicanos de cine que gozan de reconocimiento a nivel internacional
(el otro es Emilio García Riera). La verdad es que es la primer reseña
inteligente que leo sobre esta película.
Con
especial dedicatoria para Marcelo Ramírez (Chichifo-Kenobi), con quien ya me
aventé varias discusiones sobre el tema.
pepecaudillo / 03·09·99
LA
AMENAZA CONTINUA
por
Leonardo García Tsao
Esta
es una de las contadas instancias en que he sentido el ir al cine como un
trabajo. Nunca he sido aficionado a la saga de La guerra de las galaxias, por lo
tanto no compartí la urgencia de un buen sector del público por conocer el
Episodio I: La Amenaza Fantasma. He sabido de jóvenes alumnos -sensatos y
cuerdos, hasta donde puedo ver- que se apresuraron a comprar los primeros
boletos para funciones en la madrugada. Por supuesto, no hay nada en pantalla
que justifique semejante furor y todo debe atribuirse al talento de George Lucas
para efectuar un masivo lavado de cerebros.
Es
inútil comentar la trama y los personajes de la cuarta parte (primera en orden
cronológico bueno, ustedes saben cómo va), porque el propio Lucas no se
preocupa por definirlos. Basta entender que, en esencia, es el encuentro entre
un joven Obi-Wan Kenobi, ahora mero aprendiz de un guerrero jedi llamado Chin-Gón,
o algo así, y el niño Anakin Skywalker, que a la postre se convertirá en el
villano cósmico Darth Vader (padre de Luke y Leia, si no me equivoco). Eso se
da en el marco de una incomprensible grilla interplanetaria, por la que varios
seres monstruosos discuten con humanos en trajes ridículos, todos con nombres
que suenan a medicina (¿Canciller Valium?), o partes del cuerpo (¿Reina Amígdala?).
Los freaks que, a falta de una vida propia, se han dedicado a estudiar la saga
como si fueran las sagradas escrituras, sabrán hasta el detalle más nimio de
esa contienda, pero qué nos importa.
Lejos
de ser un cineasta sofisticado, Lucas se ha consagrado como un obsesivo tecnócrata
y, sobre todo, un avorazado empresario, que ha sabido combinar ambos intereses
para vendernos su mitología recalentada. Hay en el Episodio I más de dos mil
tomas de efectos digitales, es decir, procesados por tecnología computarizada
(la meta de Lucas es crear un cine 100% digital, que prescinda de las cámaras y
el celuloide). Eso le confiere a la cinta una cualidad artificial que es, quizá,
su único aspecto atractivo. Secuencias como la vertiginosa carrera de naves en
el desierto de Tatooine, o las diversas acciones hostiles del final, fundamentan
su esplendor visual en una nueva forma gráfica en el cine, más cercana a la
animación tipo Hormiguitaz que al llamado cine de acción viva. En todo caso,
esos efectos funcionan mejor aquí, en un contexto fantástico que en uno
realista, como se comprobó con Titanic. Aunque la sensación final sea la de
participar en un juego de computadora sin tener el control de los mandos.
La
mala noticia es que uno no busca en el cine un escaparate de avances tecnológicos.
En términos de dramaturgia cinematográfica, Lucas está perdido. Los
personajes tienen menos dimensión que sus réplicas de juguete y los diálogos
son indignos de una historieta vieja de Supermán; por ello, buenos actores como
Liam Neeson y Ewan McGregor se limitan a transitar por los escenarios con cara
de sabios. ¿Y quién va a aceptar que ese niño, más gringo y empalagoso que
un Twinky Wonder, crecerá para ser la encarnación del Mal?
Lo
grave del asunto es que Lucas no ha ideado un eje emocional que impulse su
historia. Es más, aun dentro de las reglas del esquema maniqueo, la intriga es
tan inerte que despierta preguntas elementales: ¿no se le pudo inventar alguna
función a Obi-Wan Kenobi que no fuera la de servir de perrito faldero? ¿Si
Anakin es un esclavo, por qué vive en una casa propia, con su mamá y
suficiente tiempo libre para pilotear naves de carreras y diseñar robots? ¿Y
ha habido en la historia del cine espectacular un villano más ineficaz que ese
Darth Maul, una especie de cruza entre un diablo y una calabaza de Halloween?
Algo
de polémica se ha generado por la caracterización de algunos personajes de
acuerdo con algunos estereotipos raciales. Eso, como la referencia a la
inmaculada concepción de Anakin, no puede atribuirse a la insensibilidad de su
creador, sino a su falta de imaginación. Lucas está condenado a repetir los
clichés de las películas viejas o a tomar prestado de mitologías más legítimas,
porque es incapaz de idear algo que no sea prefabricado.
Su
concepto de humor es también bastante pobre, pues esta vez se reduce a la
invención de un monigote digital denominado Jar Jar Binks, una versión
batracia del negro chistoso y cobarde tipo Eddie Rochester, cuyo desempeño como
patiño es aún más irritante que los robots C3PO yR2D2, ahora relegados a
segundo plano. La única fuente verdadera de risa son los grotescos tocados de
la reina juvenil, que cambian en cada escena.
Desde
el éxito desmedido de La guerra de las galaxias, Lucas ha sido uno de los
principales culpables del infantilismo dominante en el cine hollywoodense (el
otro es Spielberg, por supuesto). Eso lo justificó en alguna ocasión con
declaraciones de un cinismo asombroso: “Las
películas de palomitas siempre han sido taquilleras. ¿Porqué va a verlas el público?
¿Por qué el público es tan estúpido? No esculpa mía”.
Si
los espectadores pueriles -o de mente pueril- se divierten -o creen divertirse-
con el Episodio I: La Amenaza Fantasma es porque han perdido la capacidad de
discernir. No es casual que la promoción de la cinta esté apoyada por varios
emporios de comida chatarra, porque se trata del mismo fenómeno. La mayoría de
la gente en todo el mundo es susceptible de comerse con gusto una hamburguesa de
plástico, porque ha sido condicionada a suponer que eso es comida. Igual supone
que el Episodio I es cine.